Durante la canonización de María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como ‘Mama, Antula’ una tenue lluvia caía sobre las calles del Vaticano mientras doblaban con júbilo las campanas de la Basílica de San Pedro por la primera santa argentina laica que llegaba a los altares.
La eucaristía, presidida por el Papa Francisco, contó con una significativa participación de peregrinos argentinos y latinoamericanos, entre quienes se encontraba el arzobispo de Córdoba, Card. Ángel Rossi; el arzobispo de Buenos Aires, Mons. Jorge Ignacio García Cuerva; el obispo de Santiago del Estero –donde nació la santa–, Mons. Vicente Bokalic Iglic; y el obispo auxiliar de La Plata y Secretario de la Conferencia Episcopal de Argentina, Mons. Alberto Bohatey. En representación del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), participó Mons. Lizardo Estrada Herrera, obispo auxiliar de Cusco (Perú) y Secretario General del organismo episcopal.
Mama Antula, modelo de audacia profética
“Hoy pensemos en María Antonia de san José, “Mama Antula”. Ella fue una viandante del Espíritu. Recorrió miles de kilómetros a pie, atravesó desiertos y caminos peligrosos para llevar a Dios. Ahora ella es para nosotros un modelo de fervor y audacia apostólica”, dijo el Papa Francisco durante su homilía, en la que centró la mirada en dos gestos de Jesús frente a los leprosos y marginados de su tiempo: toca y sana.
El itinerario de Jesús “es el del amor que se acerca al que sufre, que entra en contacto, que toca sus heridas. Esta es la cercanía de Dios (…) Nuestro Dios, queridos hermanos y hermanas, no permaneció distante en el cielo, sino que en Jesús se hizo hombre para tocar nuestra pobreza”, subrayó el pontífice argentino.
Hacerse cercano
Hacerse cercano, como lo hiciera también Mama Antula, es un imperativo para evitar lo que Francisco ha llamado la “lepra del alma”, “una enfermedad que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de las ‘gangrenas’ del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la intolerancia”.
De ahí la importancia de sanar, “porque la cercanía es el estilo de Dios, que siempre es cercano, compasivo y tierno”, y para sanar se hace necesario “una oración sincera y viva, que deposita a los pies de Cristo las miserias, las fragilidades, las falsedades, los miedos”.
Una santa perseverante
Dejarse tocar por Dios que sana las heridas nos hace “testigos del amor que salva” y nos torna misioneros de su amor. Así lo hizo Mama Antula: “cuando los jesuitas fueron expulsados, el Espíritu encendió en ella una llama misionera que tenía como cimiento la confianza en la Providencia y la perseverancia”.
El Papa también comentó un hecho muy relevante sobre la confianza de la santa argentina en la Divina Providencia: “invocó la intercesión de san José y, para no cansarlo tanto, también la de san Cayetano de Thiene. Por ese motivo se introdujo la devoción de este último, y su primera imagen llegó a Buenos Aires en el siglo XVIII. Gracias a Mama Antula este santo, intercesor ante la Divina Providencia, entró en las casas, en los barrios, en los transportes, en las tiendas, en las fábricas y en los corazones, para ofrecer una vida digna a través del trabajo, la justicia y el pan de cada día en la mesa de los pobres”.
“Pidámosle hoy a María Antonia, a santa María Antonia de Paz de san José, que nos asista”, concluyó el Obispo de Roma.
Nota reproducida en ADN Celam