Con ocasión del Jubileo de los artistas y la cultura que está convocado a realizarse en Roma del 15 al 18 de febrero, quisiéramos los obispos de México ofrecer una reflexión para todos los hombres y mujeres de buena voluntad que, buscando reflejar la belleza que experimentan, quieren enriquecer a este mundo con la expresión de sus sentimientos, intuiciones y reflexiones a través del arte.
El Papa Benedicto XVI, al contemplar la magnificencia de la Basílica de la Sagrada Familia en Barcelona expresaba que “la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo. (Benedicto XVI, Consagración de la Sagrada familia, 7/11/2010)
En el arte se mezclan la estética, la técnica y la comunicación que busca reflejar no sólo la interioridad del artista, sino también la cultura y la historia en donde el artista se realiza. Por tal motivo, ninguna obra de arte, sea pictórica, escultural, sonora, literaria o digital puede prescindir de sus dimensiones personal y comunitaria.
Las exposiciones de arte que logran expresar la vivencia interior del artista y desde ella conectar con la cultura de su tiempo y los sentimientos de la gente, provocan experiencias positivas que elevan el espíritu del ser humano, suscitan admiración y construyen comunión.
Sin embargo, cuando nos encontramos con exposiciones de arte que tal vez reflejen el interior del artista, pero apelando a la libertad de expresión, usan la burla, el desprecio y la intolerancia hacia otros miembros de la comunidad, entonces esa exposición queda a deber mucho a la sociedad; pues el arte es novedad que busca construir el encuentro y alimentar la esperanza.
Este es el caso de una exposición que actualmente se ofrece en la Ciudad de México, para nuestra sorpresa en una casa de estudios pública que tiene como primer valor de su código de ética, la convivencia pacífica y respeto a la diversidad cultural, étnica y personal. Con toda razón esta situación ha provocado indignación en nuestra comunidad.
Como pastores de la Iglesia en México, invitamos a reflexionar profundamente sobre el poder transformador del arte cuando éste se pone al servicio del encuentro y el diálogo entre los hombres y sus creencias. Nos duele y preocupa cuando el arte se utiliza para herir la sensibilidad y los símbolos sagrados de cualquier comunidad, pues esto no construye puentes sino que profundiza las divisiones en nuestra sociedad.
Recordemos que el arte auténtico tiene la capacidad única de elevarnos más allá de nuestras diferencias, de mostrarnos la belleza en la diversidad y de revelarnos la dignidad sagrada que compartimos todos los seres humanos. En este Jubileo de la esperanza, hacemos un llamado a todos los artistas y gestores culturales: que su creatividad sea un instrumento de paz, que su expresión honre la sacralidad de las distintas tradiciones y que su obra contribuya a sanar las heridas de la intolerancia, la violencia y la polarización que aquejan nuestra sociedad. ¡Que el arte construya la paz!
El auténtico arte no necesita profanar lo sagrado para ser provocador, su mayor provocación debe ser la apelación a lo más auténtico del ser humano, su dignidad, su trascendencia y su capacidad de construir un mundo mejor. Que este Jubileo sea una oportunidad para renovar nuestro compromiso con expresiones de arte que construyan, que unan, que sanen y que revelen la gloria de Dios en cada ser humano viviente.
Fraternalmente en Cristo, los Obispos de México.